En un lejano reino, rodeado de vastos campos y frondosos bosques, vivía un ganso de plumaje dorado llamado Aruna. Sus plumas no solo brillaban con un resplandor dorado bajo el sol, sino que también eran valiosas, pues podían convertir a cualquier persona en rica. Aruna vivía en un pequeño lago cerca de un pueblo humilde, donde los aldeanos apenas tenían lo suficiente para vivir.
Un día, mientras Aruna descansaba en la orilla del lago, una pobre mujer y su hija pequeña se acercaron, abatidas por la pobreza. Al verlas, Aruna sintió compasión y decidió ayudarlas.
—No tengan miedo —dijo el ganso con voz suave—. Pueden tomar una de mis plumas doradas y venderla en el mercado. Esto les dará el dinero necesario para vivir mejor.
La mujer, sorprendida al escuchar a un ganso hablar, y aún más al ver la generosidad de Aruna, aceptó la pluma con gratitud. Ella y su hija vendieron la pluma en el mercado y pronto vivieron sin preocupaciones, con suficiente comida y ropa para ambas.
Con el tiempo, la mujer regresó al lago varias veces, y cada vez Aruna le ofrecía una pluma dorada. Sin embargo, a medida que la mujer se acostumbraba a la comodidad, la codicia empezó a crecer en su corazón. Pensaba en lo mucho más rica que podría ser si tuviera todas las plumas del ganso.
Una noche, la mujer confió sus pensamientos a su hija.
—¿Y si atrapamos al ganso y tomamos todas sus plumas de una vez? Seríamos ricas para siempre, y no tendríamos que volver a trabajar nunca más.
La niña, que había aprendido a querer al ganso por su bondad, trató de disuadir a su madre.
—Madre, Aruna nos ha ayudado sin pedir nada a cambio. No deberíamos traicionarlo de esa manera.
Pero la codicia de la mujer era más fuerte que su agradecimiento, y esa misma noche, mientras Aruna dormía plácidamente en la orilla del lago, la mujer se acercó sigilosamente con una gran manta. Rápidamente lanzó la manta sobre el ganso, atrapándolo. Aruna, despertando sobresaltado, se debatió bajo la manta, pero no pudo liberarse.
—¡Madre, no lo hagas! —gritó la niña, corriendo hacia el ganso—. Por favor, déjalo ir.
Pero la mujer, cegada por su deseo de riqueza, comenzó a arrancar las plumas de Aruna. Sin embargo, a medida que las arrancaba, las plumas doradas se volvían comunes, perdiendo su brillo y valor. Pronto, todas las plumas que había acumulado eran tan ordinarias como las de cualquier otro ganso.
Aruna, dolorido y herido, se liberó de la manta y, con una mirada triste, dijo:
—La codicia nunca trae verdadero bienestar. He compartido mis plumas con generosidad, pero al intentar poseer todo a la vez, te has quedado sin nada. Este es el precio de aferrarse demasiado.
Con esas palabras, Aruna extendió sus alas y voló hacia el cielo, dejando atrás al pueblo y a la mujer, quien ahora se encontraba rodeada de plumas sin valor. La niña, con lágrimas en los ojos, comprendió la lección que el ganso dorado había tratado de enseñarles.
A partir de ese día, la mujer se dio cuenta de su error y comenzó a vivir de manera más humilde, trabajando con sus manos para ganarse la vida, mientras que la niña recordaba la bondad de Aruna y la importancia del desapego.
La historia del ganso dorado se difundió por todo el reino, y pronto todos entendieron que la verdadera riqueza no se encuentra en el oro ni en la acumulación de bienes, sino en el desprendimiento y la gratitud por lo que se tiene. Y así, la fábula del ganso dorado se convirtió en una lección eterna sobre el valor del desapego y la generosidad, recordándonos que aferrarnos demasiado a las cosas materiales puede hacernos perder lo que realmente importa.
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