En un pequeño y pintoresco pueblo en las montañas de Nepal, vivía una joven llamada Kisa Gotami. Era conocida en toda la aldea por su amabilidad y su sonrisa radiante que iluminaba el día de todos. Un día, Kisa y su esposo recibieron la bendición de un hijo, un niño hermoso que se convirtió en la alegría de su vida.
Sin embargo, el destino tenía otros planes. Un día, mientras Kisa trabajaba en el campo, notó que su hijo no se movía. Desesperada, lo tomó en brazos y corrió al médico de la aldea, pero era demasiado tarde; su hijo había fallecido. Kisa, destrozada por el dolor, se negó a aceptar la realidad.
“¡No puede ser verdad! ¡Mi hijo no puede estar muerto!” gritaba, corriendo de puerta en puerta, suplicando a los vecinos que le ayudaran a revivirlo. “Por favor, alguien debe saber cómo devolverle la vida a mi hijo,” imploraba con lágrimas en los ojos.
Uno de los aldeanos, conmovido por su dolor, le dijo: “Kisa, solo el Buda puede ayudarte. Ve a buscar al Buda y pídele una solución.”
Kisa, aferrándose a la esperanza, partió en busca del Buda. Tras una larga travesía, finalmente llegó al lugar donde el Buda estaba enseñando. Con el corazón lleno de esperanza, se acercó a él y le suplicó, “Buda, por favor, devuélvele la vida a mi hijo. Haré cualquier cosa.”
El Buda, viéndola con compasión, le respondió, “Kisa Gotami, puedo ayudarte, pero primero debes traerme una semilla de mostaza de una casa que no haya conocido la muerte.”
Kisa, llena de esperanza renovada, agradeció al Buda y corrió de vuelta a la aldea. Fue de casa en casa, pidiendo una semilla de mostaza. Sin embargo, en cada casa a la que iba, encontraba la misma respuesta: “No podemos ayudarte, Kisa. Aquí también hemos perdido a alguien querido.”
Finalmente, después de recorrer todo el pueblo y no encontrar una sola casa sin sufrimiento, Kisa se sentó bajo un gran árbol, exhausta y derrotada. Fue en ese momento cuando comprendió la verdad de las palabras del Buda. La muerte era una parte inevitable de la vida, y el sufrimiento era una experiencia compartida por todos los seres humanos.
Volvió a donde estaba el Buda, con su corazón lleno de una nueva comprensión y dijo, “Buda, ahora entiendo. La muerte es una parte de la vida que todos debemos aceptar.”
El Buda asintió con sabiduría y le respondió, “Kisa, ahora has comprendido la verdad de la vida. El sufrimiento es universal, pero también lo es la compasión y el amor que compartimos. Permite que el dolor te transforme y te haga más fuerte.”
Kisa, con el tiempo, encontró paz y comenzó a ayudar a otros en la aldea que estaban sufriendo, compartiendo con ellos la sabiduría que había aprendido. Así, la historia de Kisa Gotami no solo se convirtió en una lección sobre la impermanencia de la vida, sino también en un testimonio de la capacidad humana para encontrar la compasión y la paz incluso en los momentos más oscuros.
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