Hace mucho tiempo, en las riberas de un gran río, vivía un astuto y alegre mono. Este mono habitaba en un frondoso árbol de higos, del cual disfrutaba de sus dulces frutos todos los días. El árbol estaba cerca del río, y desde sus ramas, el mono podía ver a los animales que se acercaban a beber.
En ese mismo río vivía un cocodrilo, que un día, mientras nadaba cerca del árbol, vio al mono disfrutando de los deliciosos higos. «Esos higos deben ser deliciosos», pensó el cocodrilo. «Tal vez, si me acerco, el mono compartirá algunos conmigo». Con esa idea en mente, se acercó a la orilla.
—¡Hola, Mono! Te veo disfrutando de esos higos tan dulces. ¿Podrías lanzarme algunos para probarlos?
El mono, que era generoso por naturaleza, asintió con una sonrisa. —Claro, amigo cocodrilo. Estos higos son abundantes y deliciosos. Te los compartiré sin problema.
Así, todos los días, el cocodrilo se acercaba y el mono le lanzaba higos desde las ramas altas del árbol. Con el tiempo, la relación entre ellos fue fortaleciéndose, y el cocodrilo siempre regresaba agradecido a su hogar en el río.
Un día, la esposa del cocodrilo, curiosa por el comportamiento de su marido, preguntó: —¿De dónde vienes cada día, y qué es lo que comes que te tiene tan satisfecho?
—Hay un mono que vive junto al río —respondió el cocodrilo—. Cada día me da higos deliciosos. ¡Nunca había probado algo tan dulce!
La esposa, al escuchar esto, tuvo un pensamiento codicioso. —Si esos higos son tan deliciosos, imagina cómo debe saber el corazón del mono que los come. Debes traerme su corazón.
El cocodrilo se sintió inquieto, pero no pudo resistirse a los deseos de su esposa. Al día siguiente, fue a ver al mono, tratando de disimular su verdadera intención.
—Amigo mono —dijo con voz amable—, he estado pensando… Llevamos mucho tiempo siendo amigos, pero nunca has visitado mi casa en el río. ¿Qué te parece si vienes hoy a cenar y conoces a mi esposa?
El mono, halagado por la invitación, respondió con entusiasmo. —¡Eso suena maravilloso! Pero, ¿cómo llegaré hasta tu casa? No sé nadar.
—No te preocupes, solo sube a mi espalda y te llevaré.
Confiado en su amigo, el mono saltó sobre la espalda del cocodrilo, y juntos comenzaron a cruzar el río. Sin embargo, a mitad del trayecto, el cocodrilo comenzó a sumergirse en las aguas profundas. El mono, alarmado, gritó: —¡Amigo cocodrilo, estás yendo muy profundo! ¿Qué sucede?
El cocodrilo, sabiendo que el mono no podía escapar, decidió decir la verdad. —Mi esposa quiere que te traiga porque desea comerse tu corazón. Así que no te estoy llevando a cenar, sino a tu fin.
El mono, sorprendido por la traición, mantuvo la calma y pensó rápidamente. —¡Oh, querido amigo! ¿Por qué no me dijiste antes que querías mi corazón? Lo habría traído conmigo, pero lo dejé colgado en el árbol. Nosotros, los monos, no llevamos nuestros corazones a todas partes.
El cocodrilo, desconcertado, preguntó: —¿De verdad? ¡Qué tonto he sido al no saberlo! Entonces, tendremos que regresar al árbol para recogerlo.
—Sí, por supuesto —respondió el mono—. Volvamos rápidamente, así podré traerte mi corazón.
Convencido de la sinceridad del mono, el cocodrilo dio la vuelta y nadó de regreso a la orilla. Tan pronto como llegaron, el mono saltó ágilmente de la espalda del cocodrilo y subió hasta la rama más alta del árbol, fuera de su alcance. Miró hacia abajo y, riendo, exclamó: —¡Oh, amigo cocodrilo! ¿De verdad pensaste que un mono dejaría su corazón colgado en un árbol? Mi corazón está conmigo todo el tiempo. Has sido muy ingenuo.
Avergonzado por su engaño y por haber sido burlado, el cocodrilo se hundió en el río, sin decir una palabra más. Nunca volvió a intentar engañar al mono.
Moraleja:
La inteligencia y el ingenio pueden superar el peligro, incluso cuando se enfrenta la traición de aquellos que se consideran amigos.
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