En una aldea situada entre montañas verdes y ríos cristalinos, vivía el Maestro Yuki, un sabio reconocido por su serenidad y profunda sabiduría. En su pequeña cabaña de madera, el aroma del incienso y el sonido de una pequeña fuente de agua en el jardín creaban un ambiente de paz y reflexión.
Cierto día, un erudito de renombre, el Profesor Harada, decidió visitar al Maestro Yuki. Harada era conocido por su conocimiento extenso y su elocuencia en las artes y ciencias, pero sentía que había algo en la vida que aún se le escapaba.
Al llegar a la cabaña del maestro, Harada fue recibido con una inclinación y una sonrisa cálida. “Bienvenido a mi humilde hogar,” dijo Yuki. “Por favor, pasa y siéntate.”
El profesor se acomodó en un cojín junto a una mesa baja. Mientras observaba la simplicidad del entorno, no pudo evitar notar una colección de libros antiguos, manuscritos y herramientas de caligrafía dispuestas con cuidado.
“Maestro Yuki,” comenzó Harada, “he viajado desde lejos para aprender de usted. He leído muchos textos, explorado diversas filosofías, y sin embargo, siento un vacío. Espero que usted pueda iluminarme.”
Yuki, con su semblante tranquilo, asintió. “Muy bien,” dijo, “¿te gustaría tomar una taza de té mientras conversamos?”
El profesor, deseoso de mostrar su cortesía, aceptó con una inclinación de cabeza. Yuki trajo una pequeña tetera de cerámica y dos tazas de té, colocándolas delicadamente sobre la mesa. Comenzó a verter el té en la taza de Harada, llenándola hasta el borde. El té comenzó a derramarse, pero Yuki no se detuvo.
“¡Maestro, la taza está llena!” exclamó Harada, sorprendido al ver el té derramándose sobre la mesa.
Yuki dejó de verter y levantó la mirada con una expresión calmada. “Tu mente, profesor,” dijo con serenidad, “es como esta taza. Está tan llena de conocimiento y preconcepciones que no queda espacio para algo nuevo. Para aprender verdaderamente, primero debes vaciar tu taza.”
Harada, impactado por la simplicidad y la profundidad de la metáfora, se quedó en silencio. Comprendió en ese instante que su búsqueda de respuestas había estado nublada por su propia acumulación de información. Se dio cuenta de que su mente estaba tan llena de sus propias ideas y creencias que no había espacio para nuevas enseñanzas.
Después de una pausa, Harada habló con humildad. “Maestro Yuki, entiendo ahora. He venido buscando respuestas, pero he traído conmigo todas mis certidumbres y prejuicios. Estoy listo para vaciar mi mente y aprender de usted.”
Yuki sonrió suavemente. “El aprendizaje es un proceso continuo,” respondió. “Una mente abierta puede recibir sabiduría de cualquier fuente, en cualquier momento. Ahora, déjame servirte otra taza de té, esta vez con la mente despejada.”
Los dos hombres compartieron el té en silencio, disfrutando de la tranquilidad del momento. Desde ese día, Harada comenzó a practicar el verdadero arte de escuchar y aprender, sin las ataduras de su conocimiento anterior.
Bajo la guía del Maestro Yuki, descubrió que la sabiduría no se mide por la cantidad de conocimiento acumulado, sino por la capacidad de entender y aceptar nuevas perspectivas. Y así, en la sencilla cabaña de un maestro zen, el profesor encontró la paz y la claridad que había estado buscando.